La cuestión sexual se ha convertido en trending topic de los espacios comunicativos por muchas razones, entra las que no falta el impulso que se ha querido dar al tema con ocasión de las campañas mediáticas sobre la ideología de género, la higiene sexual, los colectivos LGTBI, las noticias de pederastia y un largo etcétera.
Es un hecho aceptado que la cultura moderna ha trivializado el sexo, al que se considera como instrumento de placer, independizado de la función reproductora y ajeno al significado de entrega. Ya no asombra a nadie saber que la ONU registra 112 identidades de género distintas; que, por el acceso a internet, la edad de primer contacto con la pornografía ha ido pasando de los 12 o 13 años a los 8 e incluso 7 (tercer año de Primaria); que muchos niños llegan a la adolescencia con problemas de adicción; que 7 de cada 10 adolescentes consumen pornografía; que el 35% de los adolescentes españoles han tenido relaciones sexuales coitales (4,6% con 11 o 12 años); que la pérdida de la virginidad (en España) se produce a los 17 años de media, … Las estadísticas son públicas y se encuentran con facilidad.
Los números ponen de manifiesto las consecuencias que tiene para la infancia y la juventud una cultura permisiva y sexualizada, en que la educación sexual se reduce a términos de “salud sexual”. La realidad es tan evidente y conocida que ya no se puede decir que ocurre con el “desconocimiento” de muchos padres, sino con su asentimiento, complicidad y silencio. Quizás haya que ser indulgentes y pensar que les han engañado. Hasta instituciones de prestigio en la formación de la juventud, como el movimiento Scout, en su página web, explican la diversidad sexual y remiten al preservativo como “solución” de los problemas.
La sexualidad también se forma
El sexo no es lo más importante para una persona madura y equilibrada; pero, cuando se trata de niños en proceso de desarrollo físico y psíquico, las experiencias impropias de su edad suelen tener un impacto dañino en la maduración de su personalidad, en el carácter, en su relación con los demás, en los hábitos de trabajo y, lógicamente, en su espiritualidad, porque “el hombre carnal no entiende las cosas que son del Espíritu de Dios” (1 Cor 2, 14). La corrupción moral, más a tiernas edades, es un daño que produce heridas profundas y difíciles de sanar.
“El hombre carnal no entiende las cosas que son del Espíritu de Dios” (1 Cor 2, 14)
¿Qué hacer entonces? ¿Callarse? No: es lo más cómodo, pero no lo correcto. ¿Denunciarlo? Siempre es posible, aun corriendo el riesgo de ser tachados de reaccionarios. Mi sugerencia es que conviene hacer un esfuerzo grande para conseguir que quienes reaccionen sean los padres, y que cumplan la irremplazable función de ser los primeros educadores de sus hijos en un asunto tan delicado. ¿No saben? Habrá que enseñarles. Cada vez son más los cursos sobre educación afectivo-sexual de calidad y que, además, ofrecen orientaciones catequéticas: para un cristiano, el sexo es algo positivo, santo, un gran don que también tiene un sentido. Entre estas ofertas de formación se encuentra el Curso de Educación Afectivo-Sexual para catequistas, educadores y padres. En este curso de #BeCaT que me gustaría recomendar a todos se tratan temas como educación sexual y tecnología. cómo actuar en una cultura hipersexualizada o cómo y cuándo hablar de sexo con los hijos. Ojalá esto ayude a despertar a muchos.
Fernando Moreno – Director del Diploma en Didáctica de la Catequesis de la Universidad Internacional de la Rioja (UNIR) y responsable de los proyectos #BeCaT
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