El lector de este artículo que esté mínimamente familiarizado con las recomendaciones del Magisterio sobre la catequesis en los últimos años, convendrá conmigo en que se está haciendo un énfasis mayúsculo en pasar de una catequesis concebida como preparación para los sacramentos a otra, llamada de “Iniciación cristiana”, radicalmente distinta, que vuelve la vista al tiempo de catecumenado de los siglos II a IV, cuando la Iglesia vivía en un entorno pagano, previo a lo que hoy llamamos “cristiandad”.

No es una novedad. El término “Iniciación cristiana” surgió a finales del siglo XIX. El Concilio Vaticano II utilizó el término en diversos documentos y el Directorio para la Catequesis -en sus diversas ediciones- lo ha concretado cada vez más: considera que la catequesis está al servicio de la Iniciación cristiana, hasta el punto de esta dimensión catecumenal e iniciática el centro y vértice de la propia catequesis.  

¿Por qué ocurrió esto? ¿Se está llevando a la práctica?

Claves de la reflexión magisterial

 

Las líneas de fuerza que están presentes en este impulso hacia el modelo catecumenal e iniciático se encuentran reflejadas en los siguientes puntos:

  1. La percepción de que la catequesis no se puede apoyar en mayorías sociológicas en cuyo entorno la recepción de los sacramentos es vista casi como una obligación. Es tiempo de pasar a considerar la comunidad cristiana desde una perspectiva minoritaria y de grupo, en la que la fe se vive de manera consciente y libre.
  2. El redescubrimiento de la espiritualidad laical. El laico ha pasado de ser alguien “que no es” sacerdote o religioso a portador de una llamada a la santidad con una misión específica, que proviene como derecho y deber legítimo de su condición de bautizado. La responsabilidad de la formación en la fe cae directamente sobre los padres cristianos, y no puede ser delegada en “expertos” ni en otras personas más “de iglesia”. La parroquia y el colegio ayudan, no sustituyen.
  3. La llamada a una necesaria nueva evangelización, dirigida fundamentalmente a cristianos que se encuentran inmersos en una sociedad secularizada o en proceso de secularización. La situación de deterioro moral e ignorancia religiosa reclama un auténtico cambio de vida, que se opera con la gracia de Dios -de ahí la importancia de los sacramentos de iniciación- y la colaboración en la misión: ser cristiano equivale a ser misionero, apóstol.    

¿Se está llevando a la práctica?

 

En lugar de un análisis detallado de las directrices del Directorio para la Catequesis, que necesita una extensión mucho mayor que la que aquí podemos cubrir, me limitaré a apuntar tres ideas a partir de los puntos que se acaban de enumerar:

  1. La catequesis requiere acompañamiento en un ambiente de amistad, cariño y afecto mutuo en el que se viva lo que se enseña. Ese ambiente lo aportan, desde luego, los movimientos y grupos que son tierra fértil para cultivar la fe de nuevos cristianos. Los responsables de la catequesis tienen estas opciones: 
    • ¿Cuento con la presencia de alguno de estos grupos? ¡Propónselo!
    • ¿Formo parte de un grupo? ¡Aprovecha la catequesis para llegar a otros! 
    • Si no es ninguna de estas dos situaciones, ¿podríamos crear este tipo de ambiente? La misma catequesis puede ser ocasión de hacerlo. No se necesita un carisma especial.
      No parece sea opción válida “seguir como estamos”, porque la neutralidad está fuera de lugar en una situación de conflicto entre una sociedad sin Dios y otra con Dios. Las medias tintas no sirven para quien se reconoce como “sal y luz” del mundo.
  2. La catequesis es una tarea en la que se deben implicar fundamentalmente los laicos, también cuando cuenta con ayuda de clérigos y religiosos. Y esto es así por lo ya mencionado sobre el papel de los padres en la formación de sus hijos. A estas alturas, resulta un tanto ridículo quitar a las familias el protagonismo que deben tener en la tarea evangelizadora. 

    El Cardenal Fernando Sebastián sugería que, para vivificar el clima cristiano de una parroquia, en primer lugar, habría que:“(…) convocar a los fieles de la parroquia o de la comunidad, y especialmente a aquellos matrimonios capaces de comprender y de vivir este ideal. Aprovechar la capacidad evangelizadora de las familias 

    verdaderamente cristianas que haya en nuestras parroquias y comunidades, identificarlas, invitarlas, reunirlas, concienciarlas, apoyarlas. Construir con ellas una verdadera comunidad catecumenal y litúrgica. Hay que intentar que las parroquias sean verdaderas comunidades catecumenales con capacidad de engendrar cristianos nuevos hasta que el núcleo de la parroquia sea una comunidad de cristianos convertidos, orantes, convivientes y actuantes, cuya institución más importante sea el Catecumenado de niños y adultos como matriz vigorosa de los nuevos cristianos.”
  3. La nueva evangelización es un acto de la “Iglesia en salida”. La consideración de que los fieles no quieren (es decir, los padres no se implican, las familias no acuden, falta interés, etc.) es un punto de partida, no la conclusión paralizante que impide actuar. En buena medida, se convierte en una escusa basada en la idea de un cristianismo convencional vivido en clave sociológica: ese cristianismo está herido de muerte o ya muerto y no va a volver. 

    Por el orden que establece la caridad, es lógico que se nos pida -como hace el papa Francisco- que aprovechemos las circunstancias en que las familias se acercan a la iglesia (como la primera Comunión, por ejemplo) para atraerlas y tratarlas. 

Sé que es pretencioso resumir un asunto tan complejo en un texto tan breve; pero la cuestión más importante es tomar la decisión de ponerse en marcha, no de llegar a la meta trazando un itinerario a priori. Es importante tener claro el problema y el objetivo para avanzar en la dirección correcta, aunque sea despacio. Eso comienza siempre con un cambio de actitud o, dicho de otra manera, con una conversión interior, que es lo que necesitamos antes que nada para trabajar en una catequesis renovada.