Imagen: “La Huida a Egipto”. Autor: Rodrigo Banda Lazarte
Así te pienso, San José.
Te pienso moviéndote silenciosamente por las páginas de dos evangelios, pendiente de la seguridad y cuidado de tu esposa y del Niño. Apareces de soslayo en los otros dos evangelios, como “el hijo del carpintero”. Debiste ser un profesional sobresaliente. Así te pienso.
Te pienso San José favorecido por la constante presencia del Ángel del sueño, habituado desde chico a sus visitas y obediente a sus instrucciones. Obediencia traducida en méritos, resultante en Gracias divinas y gozos. Siempre abandonado a la Divina Voluntad y a la complacencia del Padre, como fuente de toda paz y consuelo.
Te pienso San José sintiéndote indigno, indigno de recibir como esposa a la Santísima Virgen María, reconociéndote tan indigno que no te atrevías siquiera a mirarla y hasta cohibido de dirigir una palabra a la criatura más perfecta jamás creada. Te imagino inquisidor y ansioso por humanas respuestas ante su gravidez y sin entender a una niña tan inteligente y tan sensible a lo sobrenatural: sin comprender a la Madre de Dios.
Te pienso San José en desventaja, por un lado tu hijo el Niño Jesús -fuente de todas las Gracias- y por otro la concebida sin pecado original, sin la menor inclinación hacia el mal. ¡Qué dilema! Pero tu fuerza radicaba en Su presencia y cercanía. Humanidad sumergida por completo en Divinidad. Así eran tus días San José.
Te pienso San José como un hombre concentrado en las necesidades de tu familia, con la mirada fija en su bienestar, sin permitirte dispersiones inútiles. Valiente, fuerte y silencioso, para llevarla sana y salva a Egipto y devolverla luego a Nazareth, cuando todos los poderes de Herodes y del infierno se alineaban en contra. Fuerte en la fe, en el cuerpo y en virtudes.
Te pienso humillado y reprendido San José. Los caminantes y aquellos ojos curiosos en el camino a Belén, no lo podían comprender, “¿cómo se te ocurre hacer este viaje con una mujer embarazada cerca de dar a luz?, ¿cómo la expones a tal riesgo?, ¿cómo expones a la criatura que lleva en su vientre?, ¡que insensatez!, tanta que ni tus parientes en Belén te quisieron recibir, menos aún extraños.
Te pienso San José sintiéndote impotente y por momentos abandonado al no poder proveer a tu familia de un lugar cómodo donde resguardarse, cargando con la responsabilidad de las decisiones como jefe de familia. No hubo una queja, solo tus lágrimas ocultas, tu resignación, tu santo silencio y conformidad.
Te pienso San José con la incertidumbre de viajar a tierra desconocida, descifrando otro idioma; pendiente de que el Niño resista el viaje, de que no se enferme; de no ser sorprendidos por ladrones o por animales salvajes; solos en las noches muchas veces sin protección a la lluvia, al sol o a las vicisitudes del clima; mendigando techo, trabajo y alimento, durmiendo sobras rocas, sobre arena. Así te pienso. Y el Ángel dispuso luego regresar.
Te pienso con el temor latente y constante de que algún día la Santísima Virgen María te abandone, como justo desenlace del destino. Llena de gracia, de simpatía y de dulzura, no podía ser ajena a ojos infieles en una nación ciega adoradora de ídolos. Pero la Sagrada Familia conmovía corazones y fieles, penetrándolos y tocándolos, aplacando las interrogantes sobre su presencia en Egipto. Te pienso humano, misionero y universal San José.
Te pienso San José interpelado por tus parientes y conocidos de Belén, por haber salvado la vida de tu hijo de la tiranía de Herodes, mientras ellos no habían podido salvar la vida de los suyos. Que dizque fuiste cruel, peor que Herodes, pues conociendo su orden, no avisaste a nadie. De seguro ansiaron la muerte del Niño Jesús en compensación. Te pienso soportándolo con invencible paciencia.
Te pienso San José en tu lecho de muerte, asistido por la Virgen María y Jesús, escuchando Divinas Palabras que penetraban tu alma. Y, en el momento final, el Redentor la reclamó, la invitó a salir de tu cuerpo para recibirla en Sus manos santísimas y entregarla a los ángeles para ser llevada al Limbo de los justos. Te pienso en el momento, en el mismo instante de mi muerte San José.
Te imagino San José, vigilante por quienes leen estas líneas, almas empeñadas en saber más de las palabras y de las obras de tu hijo, el Hijo del Hombre, para darlo a conocer a la humanidad. San José, padre espiritual nuestro, bendice a los miembros de #BeCaT.
Así te pienso San José, y quiero ser como tú.
Alejandro Minuche, en colaboración con la Hna. María Cecilia Baij
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