Carta abierta a catequistas, párrocos, profesores… pidiendo ayuda para la tarea más importante de todas.

La paternidad es todo un reto. Cualquier padre puede suscribir esta afirmación. Yo mismo lo soy y lo he experimentado. Son pocos los progenitores con los que he hablado y que no se han visto superados, al menos en alguna ocasión, por esta responsabilidad tan grande. El susto que supone la llegada del primer hijo continúa durante largo tiempo. Conforme crecen los niños, las preocupaciones se agudizan. Supongo que es algo lógico, por otra parte: cada persona es un regalo de Dios y también una caja de sorpresas, un don y una tarea, que vienen acompañados de un enorme amor y por otro lado un trabajo nada fácil. 

La educación de los hijos ha quitado el sueño a mucha gente a lo largo de la historia. El grueso catálogo de libros sobre educación se ha hecho aún mayor en los últimos años. Espoleado por mis miedos y por mis ilusiones, he leído muchos de esos libros: neurociencia, carácter, psicología positiva, autoayuda… Podría parecer que los expertos atienden a todas las dimensiones de la persona; pero no es verdad, porque las publicaciones sobre cómo educar a los hijos en la fe son comparativamente mucho más escasas, como si esa tarea no fuera algo prioritario para los padres.

Conozco a muchas familias en las que la elección de colegio está condicionada por el nivel de enseñanza de los idiomas, los resultados académicos, el nivel deportivo, el éxito en la selectividad… Pocas, sin embargo, en las que la prioridad se fije en que sus hijos sean felices en esta tierra y luego, para siempre, en el cielo. Estoy seguro de que no es una miopía voluntaria, pero lo parece. 

Educar en la fe a los hijos como prioridad

La mayor parte de los cristianos que han recibido un mínimo de formación conocemos la teoría y sin embargo, qué fácil resulta arrinconar lo trascendente para cuando tengamos tiempo, disposiciones o ganas: todo o casi todo va por delante. Quizás decimos a los niños que Jesús es nuestro amigo, pero de poco sirve hablar si no actuamos en consecuencia, porque del dicho al hecho va un gran trecho y los niños siempre observan nuestro ejemplo más que nuestras palabras.

Para los que tenemos fe y procuramos cultivarla -a pesar de nuestros fallos-, la dificultad más grande no estiba tanto en la falta de coherencia como en el poco tiempo que invertimos en hablar de Dios, Padre nuestro, Creador, Rey, Amigo, presente y cercano en cada momento de la vida. Pero… ¿Por qué no lo hacemos? ¿Será por indiferencia? ¿O porque pensamos que esto es un asunto que concierne al sacerdote, al catequista o al profesor?

Necesitamos que nos enseñen a crear una familia cristiana y a ser los primeros evangelizadores de nuestros hijos.

Me parece que parte de la culpa la tienen las parroquias, colegios y comunidades que no asisten adecuadamente a los padres en la tarea de transmitir la fe y no  les insisten en su papel central en esta tarea. Se limitan a evangelizar a los niños en la parroquia y el colegio, pero esta tarea resulta superficial si no encuentra una continuidad en casa. Quizás hayan intentado involucrar a las familias y han tenido poca acogida o han comprobado que la mayor parte de los padres no están interesados en asumir esta responsabilidad, pero pocas familias hemos tenido la experiencia de ser urgidas, amonestadas, despertadas y acompañadas por aquellos en quienes hemos confiado la educación de nuestros hijos. Simplemente se ha aceptado que deleguemos esa educación, ¡qué gran error! Nuestro, por pedírselo y suyo, por aceptarlo como lo más natural del mundo.

BeCat, formación para formadores

Mi mujer y yo hemos sido padres en un contexto social y religioso muy diferente del que vivimos en la infancia, por eso necesitamos que nos enseñen a crear una familia cristiana y a ser los primeros evangelizadores de nuestros hijos. Nadie puede sustituirnos en esta decisiva labor, pero sí apoyarnos. Escuchamos al papa Francisco recomendar una catequesis familiar para capacitar a los jóvenes padres y madres de familia a cumplir su misión y en este sentido hemos encontrado en BeCaT un eco de esa exhortación que nos gustaría llevar a la práctica ¿Qué ocurre? Que para hacerlo necesitamos que sacerdotes y catequistas se convenzan, como mi mujer y yo estamos convencidos, de que la catequesis empieza en el hogar, catequizando a los padres.

Les recomendaría que hicieran con máxima atención el curso de Catequesis de Iniciación Cristiana en Familia que ofrece BeCaT. Su objetivo es formar a catequistas para que no se conformen con impartir unas clases de doctrina a los niños. Se trata de que sean catequistas de familias, capacitados para acompañar tanto a padres como a hijos. El curso no requiere de mucho tiempo de dedicación (10 horas), pero sí mucho entusiasmo para ponerlo en práctica y trabajarlo con otros.

 

Antonio Rivero Díaz – padre de familia y profesor en #BeCaT