Ha habido algún autor que ha dicho que la familia no es sólida porque no conoce bien, o porque ha olvidado, los fundamentos que la sostienen.

Hoy no me centraré mucho en decir lo que es la familia, sino en decir una cosa que seguro que no es.

La familia aparece, muchas veces, como una asociación de individuos que tiene el objetivo de resolver los problemas inmediatos de la existencia de sus miembros… Una especie de “aplicación” informática de resolución de necesidades individuales que se origina por la inicial atracción de sus miembros fundadores, pero que tiene una funcionalidad principal de carácter individual. Un agregado de individuos para resolver problemas de individuos.

El recientemente fallecido sociólogo polaco, Zigmunt Bauman, hablaba del rampante “individualismo por elección” que son muchas instituciones humanas modernas, la familia entre ellas.

Con la complicación de la vida, con la multiplicación de las redes que se van incorporando –hijos, trabajos, familias extendidas, redes de amigos, colegios, dificultades…– la aplicación empieza a manifestar sus limitaciones, muestra una ralentización progresiva por sobrecarga de datos y funciones, acusa síntomas de cansancio y debilidad y demuestra que ya no es el instrumento adecuado para un panorama tan agobiante de necesidades y compromisos.

Todavía quedan, en esas circunstancias, las aparentemente útiles teclas del “suprimir/delete”; del “llevar a spam”; o incluso del “apagar y reiniciar”…, intentando reorganizar los diversos componentes del equipo y optimizando las capacidades del ordenador, pero empieza también a cundir la sospecha de que es la aplicación en sí –la familia como idea– la que ya está obsoleta, la que no es funcional, la que no soporta la carga de la compleja realidad…

He leído por ahí que los japoneses ya han perdido el concepto y la posibilidad de reparar sus terminales de ordenador, y se han instalado directamente en el hábito de comprar un ordenador nuevo cada muy poco tiempo… Las viejas máquinas, quizás no reciclables, se acumulan en los vertederos, y se recomienza de nuevo con lo último, confiando en que siempre será mejor y definitivo.

Al capricho de mi primera aplicación familiar le suceden otras nuevas y más “cool”, últimas en el mercado de posibilidades virtuales, que enseguida envejecerán.

Ya se puede apreciar que semejante visión del proyecto familiar es un auténtico horror. La familia no es una solución técnica a carencias personales, no es un mercado de autosatisfacciones, no es un agregado de miembros útiles.

Por supuesto que nadie plantea así la aventura vocacional familiar de entrada y con esta forma caricaturizante, pero ahora parece verse como inevitable una degeneración progresiva que bien se puede describir en términos semejantes a estos.

La familia no es, entonces, sólida, porque no conoce sus verdaderos fundamentos.

Los paralelos “técnicos”, como si la familia fuera un instrumento “para algo”, una “app” más, no son adecuados para entender el valor de esta realidad humana tan especial. La familia no es “para algo”, no es útil, no es funcional, y sin embargo, es absolutamente necesaria, y es camino insoslayable para los objetivos más cruciales de cada una de nuestras existencias.

Pero solo es útil cuando es gratuita, sólo hace feliz cuando no se la manipula como instrumento de felicidad, sólo da de sí cuando se la trata como la realidad humana y divina, profunda y misteriosa, que es. Conocerla no es conocer una aplicación y sus funcionalidades. Conocerla es crearla, meterse, darse, confiar en ella, recibir su esencia.

Nada técnico, o muy poquito en lo referente a lo más material, y todo muy profundamente humano, y todo absolutamente divino, proveniente de un amor originario, el Trinitario, familia auténtica que vive de donación y comunicación, de totalidad y de donación, de donde todo se puede aprender y recibir.

La familia no es una “app”; la familia es una fábrica de ordenadores que enriquece y hace felices a los fabricantes.