El Directorio para la Catequesis (n. 232) indica:
“Es bueno que se abandone la denominación, donde todavía esté en uso, de cursos de preparación para el Matrimonio, para devolver a este itinerario su auténtico significado formativo y catequístico”.
¿Qué quiere decir esta afirmación y por qué se hace? Sencillamente, que la catequesis es una tarea de evangelización y, como tal, no se encuentra condicionada por coordenadas de carácter académico. El término “curso” evoca el tipo de proceso enseñanza-aprendizaje que se lleva a cabo en las instituciones educativas. El Directorio indica que eso es un error. Esta cuestión afecta, por supuesto, a todas las formas de catequesis, no solo a la de novios; pero aquí nos vamos a centrar en ella en particular.
Más que un saber
La pedagogía de la fe acoge las aportaciones que le brindan otras ciencias. El acto de catequesis es una acción educativa y, como tal, puede beneficiarse mucho de los avances conseguidos en las últimas décadas. Esto es digno de ser subrayado: quienes se dedican a la catequesis -y más a la catequesis de adultos- deberían recibir una formación que les ayude a ponerse al día en las técnicas, métodos e innovaciones que incorpora el mundo de la educación.
Sin embargo, la catequesis -además de su característica de acto educativo- también sigue las huellas de la pedagogía de Dios manifestada en la Revelación (DC, n. 157). Su objetivo último es la salvación de cada persona. Por eso se entiende que la catequesis esté al servicio de la evangelización: no se trata solo de que las personas sepan, conozcan, sino de que se salven, es decir, experimenten y vivan su encuentro con Cristo, que les libera de las cadenas del pecado. Si este objetivo se desdibujara, resultaría muy fácil dirigir la atención a fines pragmáticos y a condescender con situaciones sociales recientemente arraigadas en nuestra sociedad, como es la convivencia de la pareja previa al matrimonio o el recurso a los medios artificiales de control de natalidad, por ejemplo.
¿Cómo enseñar con eficacia?
El hecho es que la catequesis no acaba de dar los frutos esperados. El llamado Movimiento catequético, responsable del carácter científico que ha adoptado la catequética moderna, a lo largo del siglo XX ha recorrido diversas etapas: la fase metodológica (método psicológico), la aportación de la escuela activa (el centro de la educación es el alumno), la renovación kerigmática (da prioridad a los contenidos sobre el método) y la catequesis de la experiencia (destaca la dimensión antropológica, experiencial y comunitaria). El Directorio, también en su versión anterior (1997), es una síntesis de las diversas aproximaciones a la educación de la fe. ¿Cuál es el motivo por el que todavía estamos en el camino de esa ansiada renovación de la catequesis?
La respuesta, a mi modo de ver, no hay que buscarla en la teoría, sino en la práctica de la catequesis, que sigue en muchos lugares un camino paralelo al indicado como deseable. Así, mientras que los directorios para la catequesis reiteradamente hacen hincapié en la prioridad de la catequesis de adultos, el mundo católico mayoritariamente se contenta con la catequesis para niños; se afirma que los primeros catequistas de los niños son sus padres, mientras que las parroquias organizan las catequesis de niños sin apenas tener en cuenta a los padres; se incide en la participación activa de los participantes en la catequesis, y los métodos siguen siendo “magistrales”; se define al catequista como maestro, testigo y acompañante, pero demasiadas veces acaba siendo un simple voluntario aficionado, etc.
En ningún caso son discrepancias voluntarias, sino provocadas por la inercia y por las dificultades que los propios retos plantean. Son, sin embargo, retos irrenunciables, también cuando en un determinado contexto parezcan lejanos.
¿Qué tiene todo esto que ver con los “cursos” de preparación para el matrimonio?
Los enfoques y desenfoques que hemos visto tienen mucho que ver con la costumbre de llamar “cursos” a las catequesis para novios. La cuestión menor es el término, lo importante es lo que el término representa:
- La preparación para el matrimonio no requiere “superar unos conocimientos”, sino aceptar un cambio de vida, una metanoia, una conversión interior.
- No hay un temario establecido: «hay que dar prioridad —junto con un renovado anuncio del kerygma— a aquellos contenidos que, comunicados de manera atractiva y cordial, les ayuden [a los novios] a comprometerse en un camino de toda la vida […] Se trata de una suerte de iniciación al sacramento del matrimonio» (DC, n. 232).
- Todo acto de catequesis se lleva a cabo en el seno de una comunidad: es importante que los novios participen en esta preparación con otras personas.
- No hay catequesis sin catequista, sin compañía y amistad. El camino de la fe no se reduce a una doctrina (conocimiento), requiere la transmisión mediante el ejemplo, la escucha, la aceptación amable, el encuentro. Si son personas bien formadas, esta preparación les servirá para profundizar más y para ayudar a otros. Se necesitan parejas cristianas comprometidas que no vayan “a lo suyo”.
- Aunque se pueden -quizás también se deben- tratar cuestiones prácticas (ej. Medios naturales de control, presupuesto familiar, etc.), el núcleo no puede ser otro que el sacramento mismo y lo que eso significa: un encuentro con Cristo (entran dos, salen tres) que constituye una llamada y una ayuda para alcanzar la santidad en familia.
- Aunque no existen reglas fijas, todo lo anterior aconseja que la formación se lleve a cabo siempre de modo presencial (también si se utilizan recursos digitales online), que sea muy participativa (dialógica) y que se procure extenderla en el tiempo. Un “curso rápido” para preparar una aventura que debe durar toda la vida es un ejemplo paradigmático de lo que no debería ser la preparación para el matrimonio.
El ejercicio de la prudencia es fundamental a la hora de considerar los criterios que deben estar vigentes en determinadas realidades. Pero, por difíciles que se antojen las situaciones, hay que procurar mantener el listón alto. La cultura relativista que domina el panorama actual es consecuencia de una profunda ignorancia antropológica, metafísica y religiosa que ha afectado de lleno a la institución familiar. La ignorancia solo se puede combatir con una formación adecuada. La catequesis bien hecha es imprescindible para el futuro de la familia.
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