Acabábamos el post anterior dedicado a la familia en la Evangelii Gaudium destacando la centralidad del término “vínculo”.
El Papa repite 5 veces esta palabra en las escasas 22 líneas que se refieren a la familia en la Evangelii Gaudium, pero que ya hemos dicho que contienen una fuerza particular para referirse a la esencia de la familia. Algo tiene que ver esta esencia con nuestro tema de los “vínculos”.
La palabra “vínculo” tendrá también una importancia destacable en la Amoris laetitia, donde se habla de la “pastoral del vínculo” como la forma que debe adquirir la pastoral matrimonial, o la “espiritualidad del vínculo”, como contenido de lo que debe ser también una sólida espiritualidad matrimonial. Veamos un momento por qué.
El amor une
El amor genera vínculos. Hay algo real, nuevo y vivo que une a dos personas que se aman.
Esa nueva unión, verdadero regalo gratuito e inesperado, comienza quizás con una mera afinidad de caracteres, un caernos bien, una unidad sentimental que muchas veces no acierto a definir del todo. Si acaso, puedo decir que “algo me ha pasado”.
En el fondo, y en palabras de Santo Tomás, eso nuevo que he experimentado es una auténtica “unión de los afectos”, algo real que se produce dentro de mí en el profundo nivel de mis afectos.
El otro se hace presente en mí y “se queda” en mi interior, uniéndome a él por un lazo invisible pero eficaz. Noto perfectamente sus efectos:
Estoy “habitado” en mi interior por ese “otro” nuevo pero próximo, que me llena de su vitalidad y de la riqueza de su presencia, y no puedo dejar de decir que “algo ha cambiado en mí”, y que es para mejor.
El vínculo toma cuerpo
Conforme me voy haciendo consciente de esta unión con el otro, que muchas veces experimento como una complacencia, como un “estar bien” por esa presencia nueva, empieza a reforzarse ese lazo de unión.
El hilo de la afinidad empieza a tomar cuerpo. El trato y la amabilidad, los acercamientos incluso casuales o las buscadas experiencias de encuentro refuerzan esa unión. He quedado “vinculado”. Es algo real y objetivo que vivo como propio y verdadero. La etimología de esta palabra (vincire) tiene que ver, en efecto, con la acción de atar, de unir.
Pero el vínculo no se queda en el plano del mero sentimiento. El Papa lo dice en el número que comentamos: ese vínculo, sobre el que se basará el matrimonio, “supera el nivel de la emotividad y de las necesidades circunstanciales de la pareja”. No es una mera autosatisfacción individual.
Me quedo impresionado de cómo el Papa Francisco está clamando de mil modos diversos, pero con voz clarísima y alta, acerca del peligro constante del “individualismo exasperado”, verdadero cáncer de las relaciones personales.
La búsqueda egoísta y obsesiva de uno mismo debilita la posibilidad del crecimiento del vínculo, y “desnaturaliza” las relaciones familiares, dice el Papa.
En efecto, en toda relación existe el peligro del repliegue sobre uno mismo. Aprovechar el primer impacto de la persona que “me gusta” o que me cae bien y exprimirla para mi satisfacción, perdiendo la verdadera fuerza y gracia de su presencia, es el fin de ese regalo inmerecido.
Ahora bien, si sigo dócilmente los signos y rastros que ese vínculo interior ha dejado en mí, la propia fuerza del afecto impedirá que me retuerza sobre mí mismo y convierta al otro en un mero objeto de aprovechamiento individual. No es fácil de hacer, y muchas veces nos confundiremos en el trato con el otro, pero el amor que hemos recibido sabe cómo hacerlo y podemos aprender a escucharlo.
El amor te lo enseñará todo
Tengo que seguir, entonces, la luz y el empuje del buen amor que me ha tocado. La fuerza propia del amor se desarrolla, se fortalece e ilumina con mi inteligencia, que descubre al otro en sí mismo, y mi libertad empieza a querer al otro no ya sólo para mí, sino en sí mismo, por la belleza y la vitalidad de ese “vínculo” que nos une.
El Papa aún identifica con más claridad en qué consiste la fuerza interior de ese vínculo, y lo veremos en un tercer post, pero basta por ahora decir que el amor que experimento al encontrarme con los demás tiene una vida y una luz propias que llenan mi vida y la hacen más plena y feliz.
Se puede decir que el amor ya nos ha echado su lazo, que estamos ya “vinculados” con los amigos, con los familiares y con nuestro “amado”, en el sentido más estricto del término. El amor genera vínculos y llega un momento de la amistad o del enamoramiento en que somos nosotros mismos los que queremos “vincularnos”, mojarnos, meternos en esa relación prometedora. El amor se hace, entonces, libre y comprometido.
Perdón por este post tan largo. Pero había que recorrer el camino del vínculo que va creciendo desde un don inmerecido a un compromiso personal y consciente, hasta formar algo fuerte, sobre el que se puede trazar toda la historia de una vida.
Merece la pena buscar y luchar por amores de este estilo.
0 comentarios