¿En qué se diferencia de lo que hacemos?

Si en vuestro colegio, parroquia o comunidad habéis puesto en marcha un plan de catequesis familiar, seguramente te interesa conocer en qué se distingue ese plan de nuestra propuesta. A grandes rasgos, las diferencias más habituales suelen ser las siguientes:

  • Habitual: La catequesis principal es la de los niños.
  • C.F.: La catequesis principal es la de los adultos, que marca el ritmo de la de los niños.

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  • Habitual: A los padres se les convoca en momentos clave -3, 5, … reuniones a lo largo de la catequesis- para implicarles en acciones concretas: inicio y fin de curso, primera confesión, alguna celebración litúrgica, etc.
  • C.F.: Los padres participan en un período de formación permanente que tiene una duración aproximada de 50 horas. Hay 6 reuniones al menos a lo largo del curso y son ellos quienes asumen el protagonismo con un método participativo.

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  • Habitual: Los catequistas de los niños son los nombrados por la parroquia.
  • C.F.: Los catequistas principales son sus padres. La parroquia mantiene la catequesis de los niños, por supuesto; pero deja claro que esta misión corresponde en primer lugar a los padres, que no puede ser delegada y que en la parroquia encontrarán ayuda para que ellos y sus hijos reciban apoyo en su vida de familia cristiana comprometida.

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  • Habitual: Con los padres de los niños se mantiene un trato esporádico.
  • C.F.: Con los padres de los niños se mantiene un trato permanente. Preparamos a catequistas específicamente para realizar el seguimiento y atender a los padres. Suelen ser distintos de los catequistas de los niños, con los que se coordina el plan.

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  • Habitual: Se recuerda a los padres que la vida de fe de sus hijos depende de ellos.
  • C.F.: Se acompaña a los padres en el proceso de mejora de su vida cristiana.

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  • Habitual: Los padres comparten información sobre la marcha de la catequesis de sus hijos.
  • C.F.: Se pide a los padres que sean protagonistas activos en la catequesis de sus hijos y que ayuden a otras familias, como parte de su misión.

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  • Habitual: La parroquia se ocupa de los catequistas de los niños.
  • C.F.: Además de atender y apoyar a los catequistas de los niños, se buscan y seleccionan personas (matrimonios o personas con buena formación y afán evangelizador) que puedan ejercer la función de catequista familiar. Se les presta un cuidado especial.

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  • Habitual: Participan en las reuniones los padres que lo desean.
  • C.F.: No esperamos a que los padres acudan por su iniciativa: salimos a su encuentro.

 

Los responsables de la formación de adultos en parroquias y en colegios plantean con frecuencia algunas dificultades para poner en marcha la Catequesis Familiar.  Con absoluto respeto a la decisión que finalmente tomen –es su deber, ¡no faltaba más!-, me ha parecido que una reflexión sobre las pegas habituales podría ser de utilidad:

Ya existe una actividad de catequesis para padres, de la que normalmente se ocupa el sacerdote o algunos profesores (en los colegios). Si funciona bien, ¿para qué lo vamos a cambiar?

Entre nosotros, amigo mío … ¿Qué quiere decir que “funciona bien”? ¿Quiere decir que “asisten bastantes”, o que buena parte de ellos se convierten en auténticos maestros en la fe de sus hijos?

  • “(…) tenemos que reconocer que la llamada a la revisión y renovación de las parroquias todavía no ha dado suficientes frutos en orden a que estén todavía más cerca de la gente, que sean ámbitos de viva comunión y participación, y se orienten completamente a la misión”. (Evangelii Gaudium, n. 33)
  • “La pastoral en clave de misión pretende abandonar el cómodo criterio pastoral del «siempre se ha hecho así». Invito a todos a ser audaces y creativos en esta tarea de repensar los objetivos, las estructuras, el estilo y los métodos evangelizadores de las propias comunidades (…) Exhorto a todos a aplicar con generosidad y valentía las orientaciones de este documento, sin prohibiciones ni miedos”. (Evangelii Gaudium, n. 33)

La actividad suele constar de unas pocas clases: la idea de desarrollar un curso que requiere unas 50 horas de formación a lo largo de 2 o 3 años es demasiado exigente para los padres.

Lo que algo vale, algo cuesta, y no por pedir menos conseguiremos más. ¿Se puede conseguir con “unas pocas clases” que los padres sean los primeros maestros en la fe de sus hijos y que en la familia se viva el clima de una “iglesia doméstica”? ¿Cuál es el nivel de formación religiosa de los padres? ¿Qué alternativa se les ofrece para adquirir la formación que necesitan? En la Catequesis Familiar, los contenidos se distribuyen online para evitar excesivas reuniones.

  • “Es preciso que la comunidad cristiana preste una atención especialísima a los padres. Mediante contactos personales, encuentros, cursos e, incluso, mediante una catequesis de adultos dirigida a los padres, ha de ayudarles a asumir la tarea, hoy especialmente delicada, de educar en la fe a sus hijos”. (Directorio General para la Catequesis, n. 227)

La propuesta de que los padres intervengan en los foros y de que las reuniones sean participativas resulta arriesgada.

¡No hay gloria sin riesgo! Una catequesis dirigida a adultos debe ser participativa:

  • “La participación activa en el proceso formativo de los catequizandos está en plena conformidad, no sólo con una comunicación humana verdadera, sino especialmente con la economía de la revelación y la salvación.
    Los catequizandos, sobre todo cuando son adultos, pueden contribuir con eficacia al desarrollo de la catequesis, indicando los diversos modos para comprender y expresar eficazmente el mensaje, tales como: «aprender haciendo», hacer uso del estudio y del diálogo, intercambiar y confrontar los diversos puntos de vista“. (Directorio General para la Catequesis, n. 157)

Además, no exageremos … mucho riesgo no hay. El «riesgo cero» solo es posible cuando no se hace nada. ¿Y no hemos quedado en que estamos en una situación de «hospital de campaña»?

Y que el papel de catequista familiar sea desempeñado por otros padres, todavía parece más difícil de asumir: ¿cómo vamos a dejar esa responsabilidad en manos de personas que quizás no tengan la suficiente formación?

Aquí se podría aplicar el consejo de “hacer hacer, dejar hacer y dar quehacer”. A andar se aprende andando. El sentido de misión se aprende viviéndolo.

  • “En virtud del Bautismo recibido, cada miembro del Pueblo de Dios se ha convertido en discípulo misionero (cf. Mt 28,19) Cada uno de los bautizados, cualquiera que sea su función en la Iglesia y el grado de ilustración de su fe, es un agente evangelizador, y sería inadecuado pensar en un esquema de evangelización llevado adelante por actores calificados donde el resto del pueblo fiel sea sólo receptivo de sus acciones. La nueva evangelización debe implicar un nuevo protagonismo de cada uno de los bautizados. (…) Si uno de verdad ha hecho una experiencia del amor de Dios que lo salva, no necesita mucho tiempo de preparación para salir a anunciarlo, no puede esperar que le den muchos cursos o largas instrucciones”. (Evangelii Gaudium, n. 120)

Por eso, si un capellán, un párroco, un responsable de catequesis … piensa que esta misión solo le compete a él, debería relajarse y tomar unas vacaciones. El estrés es un peligroso y está en el mejor camino para sufrir un «yuyu». Además, con esa aparente hiper-responsabilidad está impidiendo que otros asuman la suya. La enseñanza de la Iglesia explica con considerable detalle (ref. Presbyterorum Ordinis, Decreto sobre la vida y el ministerio de los presbíteros, n. 9) que de los sacerdotes se espera que:

  • cooperen con los laicos para que cumplan su misión en el mundo,
  • escuchen a los laicos,
  • reconozcan la experiencia de los laicos,
  • descubran y fomenten la responsabilidad compartida de los laicos,
  • confíen tareas a los laicos,
  • inviten a los laicos a que emprendan obras por propia iniciativa,

… en definitiva: estamos llamados a trabajar juntos, sacerdotes y seglares. Más, añadiría, en los tiempos que corren.

La sugerencia de tratar personalmente a los padres parece superflua y compleja: si disponen de los materiales formativos, la respuesta es cosa suya. ¿No podríamos prescindir de esta parte?

No es posible prescindir del trato personal:

  • “Tiene una importancia esencial la relación personal del catequista con el catecúmeno y el catequizando. Esa relación se nutre de ardor educativo, de aguda creatividad, de adaptación, así como de respeto máximo a la libertad y a la maduración de las personas”. (Directorio General para la Catequesis, n. 156)

Además, no basta con una relación personal distante, en absoluto. Refiriéndose a la formación de los catequistas, el DGC dice:

  • «Se procurará, sobre todo, hacerle crecer en el respeto y amor hacia los catecúmenos y catequizandos: «¿De qué amor se trata? Mucho más que el de un pedagogo; es el amor de un padre: más aún, el de una madre. Tal es el amor que el Señor espera de cada anunciador del Evangelio, de cada constructor de la Iglesia»». (Directorio General para la Catequesis, n. 239)

¡Impresiona!, ¿verdad? El amor de una madre no se limita a una relación fría o lejana: se preocupa y se ocupa de todo. Para el catequista en una meta hermosa, por difícil que se le antoje.

¿Por qué se hace hincapié en el trabajo en grupos? La participación de cada persona y cada familia en la catequesis familiar es independiente de lo que hagan otras.

La respuesta a esta invitación es individual en cuanto que es libre, sin duda alguna. Pero la actividad de catequesis necesita un entorno social, comunitario, de grupo:

  • “La pedagogía catequética es eficaz en la medida en que la comunidad cristiana se convierte en referencia concreta y ejemplar para el itinerario de fe de cada uno. Esto sucede si la comunidad se concibe como fuente, lugar y meta de la catequesis. […] será siempre indispensable la relación de persona a persona, a ejemplo de Jesús y de los Apóstoles”. (Directorio General para la Catequesis, n. 158)
  • El grupo tiene una función importante en los procesos de desarrollo de la persona. […] en la de los adultos porque promueve un estilo de diálogo, de cooperación y de corresponsabilidad cristiana”. (Directorio General para la Catequesis, n. 159)

Tiene lógica. El grupo es lo que proporciona la identidad, la conciencia de ser Iglesia -«Donde hay dos o tres reunidos en mi nombre, Yo estoy en medio de ellos» (Mt 18, 15-20)-, la pertenencia a una familia. A eso es a lo que debe aspirar el grupo.

En nuestro caso, resulta muy difícil encontrar con personas implicadas y dispuestas a invertir su tiempo en este tipo de tareas.

Es un punto de partida realista, pero que no se puede quedar en punto final: habrá que trabajar con empeño hasta conseguir implicar a matrimonios cristianos, y convencerles de la misión que se les encomienda.

  • “La misión en el corazón del pueblo no es una parte de mi vida, o un adorno que me puedo quitar; no es un apéndice o un momento más de la existencia. Es algo que yo no puedo arrancar de mi ser si no quiero destruirme. Yo soy una misión en esta tierra, y para eso estoy en este mundo. Hay que reconocerse a sí mismo como marcado a fuego por esa misión de iluminar, bendecir, vivificar, levantar, sanar, liberar“. (Evangelii Gaudium, n. 273)
  • “Cuando más necesitamos un dinamismo misionero que lleve sal y luz al mundo, muchos laicos sienten el temor de que alguien les invite a realizar alguna tarea apostólica, y tratan de escapar de cualquier compromiso que les pueda quitar su tiempo libre. Hoy se ha vuelto muy difícil, por ejemplo, conseguir catequistas capacitados para las parroquias y que perseveren en la tarea durante varios años. Pero algo semejante sucede con los sacerdotes, que cuidan con obsesión su tiempo personal. Esto frecuentemente se debe a que las personas necesitan imperiosamente preservar sus espacios de autonomía, como si una tarea evangelizadora fuera un veneno peligroso y no una alegre respuesta al amor de Dios que nos convoca a la misión y nos vuelve plenos y fecundos. Algunos se resisten a probar hasta el fondo el gusto de la misión y quedan sumidos en una acedia paralizante”. (Evangelii Gaudium, n. 81)

Por eso, ¿qué es lo más importante? No soy capaz de expresarlo con mejores palabras que las del cardenal Fernando Sebastián cuando, hablando sobre la pastoral familiar, sugería que se debería «convocar a los fieles de la parroquia o de la comunidad, y especialmente a aquellos matrimonios capaces de comprender y de vivir este ideal. Aprovechar la capacidad evangelizadora de las familias verdaderamente cristianas que haya en nuestras parroquias y comunidades, identificarlas, invitarlas, reunirlas, concienciarlas, apoyarlas. Construir con ellas una verdadera comunidad catecumenal y litúrgica. Hay que intentar que las parroquias sean verdaderas comunidades catecumenales  (…)» [ver más]